domingo, 18 de agosto de 2013

Poema del siglo pasado.

La fresca lluvia flotaba en el aire,
los pájaros callados,
dormidos en un letargo.

Los rayos de sol ocultos
y las calles plata y gris,
cadenas de colores sobre el asfalto.

Zumbidos intermitentes
como las olas del mar motorizadas,
sumergidas en el absurdo de pensar,
de realizar sueños difíciles en pocos segundos.

Marcando pautas entrometidas
en miles de mentes,
que persiguen lo mismo en cualquier parte del mundo.

Y una playa soleada
puede convertirse en un lago helado,
donde un solitario cadáver
permanecerá ahí desde el paleozoico,
donde los monotremas morirán
aplastados por una capa de desasosiego.

La ternura invade a cualquier piedra
hasta convertirla en arena,
que se traslada con el viento
y que todos llevamos en alguna parte de nuestro ser.

A veces se instala en lo más profundo del alma
y va creando montañas de posibilidades,
otras veces no es más que una ilusión,
y con una sacudida rápida desaparece,
o se divide como el azogue en infinitos granitos,
cada uno de los cuales es una vida,
con sus sufrimientos,
con sus empeños por triunfar,
con las vicisitudes propias del ocaso solitario,
casi penumbra,
escaso de color y nulo de alegría.

Así es, un día otoñal
en cualquier lugar.

Marisa López 13-09-1998

3 comentarios: